En
estos últimos días se nos presenta una realidad muy fragmentada para el
Derecho.
Estamos
al borde
de una escalada bélica entre Corea del Norte y
Estados Unidos de
América. Los responsables de la política exterior de ambos países, día a día echan nafta al
conflicto y lejos
de poner en marcha a la diplomacia de
la moderación, activan la lógica de la confrontación.
El conflicto
es de una gravedad inusitada,
pues desde Corea
del Norte, el extraño autócrata
día a día lanza misiles, que amenazan
Corea del Norte, Guam, Japón y quizás Estados Unidos de
América. Ya no es el conflicto bipolar
con la URSS, que aseguraba una mutua
destrucción. Lo que se asegura es
una
terrible hecatombe de muerte y
destrucción por un
lado y un devastador ataque de respuesta.
Desde Estados
Unidos de América, el Presidente ex empresario
exitoso, augura furia
y
fuego. Una ecuación que sabemos cómo empieza y como
termina: muerte y
destrucción.
Lo
extraño es que ambos estados carecen de
comunicación. Están cortados los canales
diplomáticos y los
contactos son tercerizados o por
medio de la ONU, muy presionada
por el
posible veto de China o de la Federación Rusa.
Se
trata de un conflicto de una peligrosidad
exponencial de
desarrollo incesante.
Como si eso
fuera poco en América
Latina,
Venezuela va trocando
su frágil democracia en
una dictadura,
con el apoyo de
Cuba, que ha consolidado
una cabecera de
playa en tierra
firme.
El mundo de los
hechos sobrepasa el
mundo del derecho y
nos sentimos
sobrepasados y perplejos.
¿Cuál
es la solución? ¿Dejarnos
vencer por el
mundo de los hechos?
¿Renunciar a
nuestras convicciones?
Por
supuesto que en
este momento debemos mantener
y acrecentar nuestro valores, principios y
fe en el derecho
internacional y
en el desarrollo de la nueva comunidad
internacional basada en la
paz y
en los derechos
humanos.